Placa en el número
87 de la calle Atocha de Madrid colocada con motivo del tercer
centenario del Quijote. El texto dice: «Aquí estuvo la imprenta
donde se hizo en 1604 la edición príncipe de la primera parte de El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha compuesta por Miguel de
Cervantes Saavedra, publicada en mayo [ sic ]
de 1605. ConmemoraciónMDCCCCV».
La novela consta de dos partes: El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, publicada con fecha de 1605,
aunque impresa en diciembre de 1604, momento en que ya debió poder leerse en
Valladolid,5 y la Segunda parte del
ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, publicada en 1615.b
Cervantes redactó
en agosto de 1604 el prólogo y los poemas burlescos que preceden a la primera
parte, fecha en la que ya debía haber presentado el original para su aprobación
al Consejo Real,6 ya que los trámites
administrativos y la preceptiva aprobación por la censura se completaron el 26
de septiembre, cuando consta la firma del privilegio real.7 De la edición se encargó
don Francisco de Robles,
«librero del Rey nuestro Señor», que invirtió en ella entre siete y ocho mil
reales, de los cuales una quinta parte correspondía al pago del autor. Robles
encargó la impresión de esta primera parte a la casa de Juan
de la Cuesta, una de las imprentas que habían permanecido enMadrid después del traslado de la
Corte a Valladolid,8 que terminó el trabajo el 1 de
diciembre, muy rápidamente para las condiciones de la época y con una calidad
bastante mediocre, de un nivel no superior al habitual entonces en las
imprentas españolas.9 Esta edición princeps de
1604 contiene además un número elevadísimo de erratas que multiplica varias
veces las encontradas en otras obras de Cervantes de similar extensión.10 Los primeros ejemplares debieron
enviarse a Valladolid, donde se
expedía la tasa obligatoria que debía insertarse en los pliegos de cada
ejemplar y que se fechó a 20 de diciembre, por lo que la novela debió estar
disponible en la entonces capital la última semana del mes, mientras que en
Madrid probablemente se tuvo que esperar a comienzos del año 1605.5 Esta edición se reimprimió en el
mismo año y en el mismo taller, de forma que hay en realidad dos ediciones
autorizadas de 1605, y son ligeramente distintas: la diferencia más importante
es que «El
robo del rucio de Sancho», desaparecido en la primera edición, se
cuenta en la segunda, aunque fuera de lugar.11 Hubo, también, dos ediciones
pirata publicadas el mismo año en Lisboa.12
Hay una teoría de que existió antes
una novela más corta, en el estilo de sus futuras Novelas ejemplares.
Ese escrito, si es que existió, está perdido, pero hay muchos testimonios de
que la historia de don Quijote, sin entenderse exactamente a qué se refiere o
la forma en que la noticia se circulara, fue conocida en círculos literarios
antes de la primera edición (cuya impresión se acabó en diciembre de 1604). Por
ejemplo, el toledano Ibrahim Taybilí,
de nombre cristiano Juan Pérez y el escritor morisco más conocido entre los establecidos
en Túnez tras la expulsión general de 1609-1612,
narró una visita en 1604 a una librería en Alcalá en donde adquirió las Epístolas
familiares y el Relox de Príncipes de Fray Antonio de Guevara y
la Historia imperial y cesárea de Pedro Mexía. En ese mismo pasaje se burla de
los libros de caballerías de
moda y cita como obra conocida el Quijote. Eso le permitió a Jaime Oliver Asín añadir
un dato a favor de la posible existencia de una discutida edición anterior a la
de 1605. Tal hipótesis ha sido desmentida por Francisco Rico.
El Entremés
de los romances y otras posibles fuentes de inspiración
·
Existe una obrita cuyos paralelos con Don Quijote son
indiscutibles: el Entremés de los
romances, en que el protagonista labrador enloquece por la
lectura, pero de romances. El labrador
abandonó a su mujer, y se echó a los caminos, como hizo don Quijote. Este
entremés posee una doble lectura: también es una crítica a Lope de Vega, quien, después de haber
compuesto numerosos romances autobiográficos en los que contaba sus amores,
abandonó a su mujer y marchó a la Armada Invencible. Es conocido el interés de
Cervantes por el romancero y su
resentimiento por haber sido echado de los teatros por el mayor éxito de Lope
de Vega, así como su carácter de gran entremesista. Un argumento a favor de
esta hipótesis sería el hecho de que, a pesar de que el narrador nos dice que
don Quijote ha enloquecido a causa de la lectura de libros de caballerías,
durante su primera salida recita romances constantemente, sobre todo en los
momentos de mayor desvarío. Por todo ello, podría ser una hipótesis verosímil.
Sin embargo, los eruditos no están de acuerdo ni en la fecha del Entremés
de los romances, ni en la fecha de composición de los primeros capítulos
de Don Quijote, por lo cual no se sabe, en absoluto, cuál de las
dos obras es fuente de la otra.13
Dadas las extensísimas lecturas de
Cervantes, que ningún erudito ha vuelto a leer en su totalidad (tarea imposible14 ), se han sugerido una variedad
de obras como inspiración de tal o cual episodio o aspecto de la obra. Entre
ellas figuran:
·
El Relato
del peregrino, primera autobiografía de Ignacio de Loyola,16 muy dado, como don Quijote y el
mismo Cervantes, a la lectura de libros de caballerías en un momento de su
vida.
Estructura
La Primera Parte está
dividida, a imitación del Amadís de Gaula,
en cuatro partes. Conoció un éxito formidable —aunque como obra cómica, no como
obra seria— y hubo varias reediciones y traducciones, unas autorizadas y otras
no. No supuso un gran beneficio económico para el autor, quien había vendido
todo el derecho de la obra a su editor Francisco de Robles.
Por otra parte, el ataque a Lope de
Vega en el prólogo y las críticas del teatro del momento en el discurso del
canónigo de Toledo (capítulo 48) supusieron atraer la inquina de los lopistas y
del propio Lope, quien, hasta entonces, había sido amigo de Cervantes.
Eso motivó que, en 1614, saliera una
segunda parte apócrifa de la obra bajo el nombre autoral,
inventado o real, de Alonso
Fernández de Avellaneda, y con pie de imprenta falso. En el prólogo
se ofende gravemente a Cervantes tachándolo de envidioso, en respuesta al
agravio infligido a Lope. No se tienen noticias de quién era este Fernández de Avellaneda,
pero se han formulado teorías muy complejas al respecto; además, existió un
personaje coetáneo, cura de Avellaneda (Ávila),
que pudo ser el autor. Un importante cervantista, Martín de Riquer,
sospecha que fue otro personaje real, Jerónimo de Pasamonte,
un militar compañero de Cervantes y autor de un libro autobiográfico, agraviado
por la publicación de la primera parte, en la que aparece como el galeote Ginés
de Pasamonte. Y es incluso posible que se inspirara en la continuación que
estaba elaborando Cervantes.
En 1615 se publicó la continuación
auténtica de la historia de don Quijote, la de Cervantes, con el título
de Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha.
En ella, el novelista jugaría con el hecho de que el protagonista se entera de
que ya la gente ha empezado a leer la primera parte de sus aventuras, en que,
tanto él como Sancho Panza,
aparecen nombrados como tales, además de la existencia de la segunda parte
espuria.
Primera parte
Íncipit escrito en
un chip de silicio con un microscopio
de fuerza atómica.
Consta de 52 capítulos y empieza con
un prólogo en el que se burla de la erudición pedantesca y con unos poemas
cómicos, a manera de preliminares, compuestos en alabanza de la obra por el
propio autor, quien lo justifica diciendo que no encontró a nadie que quisiera
alabar una obra tan extravagante como esta, como sabemos por una carta de Lope
de Vega. En efecto, se trata, como dice el cura (un personaje de la novela) en
el capítulo 47 de la primera parte, de una «escritura desatada», libre de normativas,
que mezcla lo «lírico, épico, trágico, cómico» y donde se entremeten en el
desarrollo historias de varios géneros, como por ejemplo: Grisóstomo y la
pastora Marcela, la novela de El curioso
impertinente, la historia del cautivo, el discurso sobre las
armas y las letras, el de la Edad de Oro, la primera salida de don Quijote solo
y la segunda con su inseparable escudero Sancho Panza (la segunda parte narra la
tercera y postrera salida).
La novela comienza describiéndonos a
un hidalgo pobre —cuyo exacto nombre solo se revelará al final de la
obra: Alonso Quijano—,
oriundo de un lugar indeterminado de La Mancha, quien enloquece leyendo libros de
caballerías y se cree un caballero andante medieval.
En efecto, rematado
ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el
mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su
honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante...(cap
1)
Se coloca un nombre sugerente: Don
Quijote de la Mancha; bautiza a su caballo como Rocinante, reconstruye las armas de sus
bisabuelos y elige a la dama de quien estar enamorado. Sin que nadie lo vea se
lanza al campo en su primera salida, pero con sobresalto recuerda que no ha
sido «armado caballero», por lo que llegando a una venta, que él confunde con
un castillo, al ventero con el castellano y a unas prostitutas como damas, todo
al modo de sus libros, decide hacer allí la «vela de armas» y convence al posadero para que
le de el espaldarazo. Por fin,
en una satírica ceremonia don Quijote
es armado caballeropor el ventero y a partir de este momento reanuda
su cabalgata con mayor brío. Le suceden toda suerte de tragicómicas aventuras
en las que, impulsado en el fondo por la bondad y el idealismo, busca «desfacer
agravios» y ayudar a los desfavorecidos y desventurados. Profesa un profundo
amor platónico a su dama Dulcinea del Toboso, que es, en realidad, una moza
labradora «de muy buen parecer»: Aldonza Lorenzo. En su primera aventura
intenta salvar a un mozo llamado Andrés de los azotes de su empleador, lo que
termina en mayor perjuicio para el joven; luego, en un cruce de caminos,
desafía a todo un grupo de comerciantes a que reconozcan que su dama es la más
bella del mundo, sin siquiera verla. Apaleado por uno de los comerciantes es
encontrado por un vecino suyo quien, a lomo de su cabalgadura, lo devuelve a la
aldea, donde es atendido por su sobrina y el ama de la casa. El cura y el
barbero del lugar someten la biblioteca de don
Quijote a un expurgo, y queman parte de los libros que le han
hecho tanto mal, haciéndole creer que han sido unos encantadores quienes han
hecho desaparecer su colección. El recurso a las manipulaciones de los
encantadores será permanente en el discurso de la obra, encantadores que le
desfigurarán a cada paso la realidad a don Quijote permitiéndole explicar sus
fracasos.
En el intertanto de la primera y
segunda salida don Quijote requiere los servicios como escudero de su vecino,
un labrador llamado Sancho Panza, a
quien le promete grandes mercedes, en especial hacerlo gobernador de algún
reino que conquiste en sus aventuras. Aparece entonces el otro personaje
fundamental en la novela, que le permite a don Quijote dialogar y que
contrapesará su extremo idealismo.
Gigantes para don
Quijote (molinos de viento en Campo de Criptana).
Una vez más, en su segunda salida,
esta vez acompañado por su escudero Sancho, don Quijote se lanza por el Campo de Montiel en
demanda de ejercer su nuevo oficio. En este momento ocurre su más famosa
aventura: Don Quijote
lucha contra unos gigantes, que no son otra cosa que molinos de viento, pese a las advertencias de
su escudero.
En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en
aquel campo, y así como don Quijote los vió, dijo a su escudero:
-La ventura va guiando nuestras cosas
mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza,
donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso
hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a
enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan
mala simiente de sobre la faz de la tierra.
-¿Qué gigantes?-dijo Sancho Panza.
-Aquellos que allí ves-respondió su
amo-, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
-Mire vuestra merced-respondió
Sancho-, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de
viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del
viento hacen andar la piedra del molino.
-Bien parece-respondió don Quijote-
que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes
miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con
ellos en fiera y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a su
caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba,
advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes
aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que
ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien
cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas:
-Non fuyades, cobardes y viles
criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantose en esto un poco de viento y
las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
-Pues aunque mováis más brazos que
los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto,
y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal
trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre,
arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que
estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta
furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero,
que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a
todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear, tal
fue el golpe que dio con él Rocinante...(cap 8)
A partir de aquí se suceden numerosas
aventuras, la mayor parte de las cuales terminan mal. No obstante, en la
primera de ellas, don Quijote obtiene una auténtica victoria al derrotar a un
joven, fuerte y pendenciero vizcaíno en un verdadero duelo a muerte, aunque
pone en aprieto a una distinguida dama transeúnte en un carruaje, a quien desea
proteger contra su voluntad. Pronto, amo y escudero se topan con la desgracia
al ser apaleados por una turba de arrieros por causa de Rocinante, que se
acercó en demasía a sus yeguas. Maltrechos, don Quijote y Sancho van a dar a
una venta en donde intentan reposar. En la posada, amo y mozo protagonizan un
hilarante escándalo nocturno, al confundir don Quijote en su imaginación a una
desaliñada prostituta llamada Maritornes con la hija del ventero, a
quien cree enamorada de él; esto despierta la cólera de un arriero, quien muele
a golpes a don Quijote y a Sancho. Por la mañana, después de que don Quijote
probara de su mágico bálsamo de Fierabrás, ambos se marchan, no sin antes que
Sancho —con gran vergüenza suya— fuese manteado en el aire por un grupo de cardadores
que se alojaban en el lugar. Luego ocurre una de las más disparatadas aventuras
de don Quijote: la aventura de los rebaños de ovejas, en la cual el personaje
confunde a las ovejas con dos ejércitos que se van a embestir; en su
imaginación hace una prolija descripción de los principales combatientes ante
el estupor de Sancho; finalmente, don Quijote toma partido y ataca a uno de los
rebaños, siendo pronto derribado del caballo por los pastores. Esa noche don
Quijote ataca a una procesión de enlutados monjes benedictinos que acompañaban
a un ataúd a su sepultura en otra ciudad. Luego, amo y mozo velan en un bosque
donde escuchan unos fuertes ruidos que inducen a don Quijote a creer que hay
otros gigantes en las cercanías; aunque, realmente, son solo los golpes de
unos batanes en el agua. Al día siguiente a
don Quijote le ocurre la «alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino», en la cual arrebata a un
barbero la famosabacía que ha
inmortalizado la representación plástica y gráfica de su figura. Luego, ocurre
una nueva y grotesca aventura, en la cual don Quijote deforma hasta el extremo
el ideal caballeresco de liberar a los cautivos: la liberación por la fuerza de
un grupo de galeotes llevados por la justicia del rey a cumplir su pena; los
galeotes, liderados por Ginés de Pasamonte, pagan muy mal el favor, apedreando
a sus liberadores, con gran vergüenza de don Quijote.
Don Quijote y Sancho se internan a
continuación en Sierra Morena. En
este lugar ocurren diversas situaciones: la extraña desaparición del Rucio, el
jumento de Sancho, hecho no consignado en la primera edición y enmendado en las
posteriores, aunque no satisfactoriamente. Imitando a Amadís de Gaula,
don Quijote decide hacer penitencia y en cierto momento declara ante el
sorprendido Sancho su secreto más íntimo: quien es en verdad Dulcinea del
Toboso. Conocen a un nuevo personaje: Cardenio, quien da muestra de desquiciamiento
producto de una gran frustración amorosa. Don Quijote envía a Sancho con una
carta a Dulcinea, lo que obliga a éste a partir en dirección al Toboso.
Mientras esto ocurre, sus convecinos, el cura y el barbero, han seguido el
rastro de don Quijote y en el camino se encuentran con Sancho quien regresa con
su señor y le miente acerca del éxito de su viaje. También dan con una moza
llamada Dorotea quien, sola, va en busca de ajustar cuentas sentimentales con
el hombre que le arrebató su honra. Convencen a Dorotea de participar en un
intrincado plan para devolver a don Quijote a su aldea: se hace pasar por una
princesa llamada Micomicona, cuyo reino está siendo aterrorizado por un
gigante. La princesa, el cura y el barbero disfrazados, se presentan ante don
Quijote. La princesa le pide que la acompañe para que mate al gigante y libere
a su reino. Don Quijote acepta de buen grado y todos abandonan la Sierra y
llegan nuevamente a la posada en que tuvo lugar el manteamiento de Sancho. En
el trascurso de este viaje, misteriosamente Sancho recupera su Rucio.
En la venta confluyen una serie de
personajes secundarios cuyas historias se entrelazan: Cardenio, su amada
Luscinda, su ex amigo don Fernando y otros. Se confrontan y resuelven sus
conflictos de orden sentimental. Por su parte don Quijote causa admiración a
todos con sus discursos y su aparente discreción, pero también exaspera al
ventero con sus nuevas ocurrencias: tiene lugar la famosa batalla del personaje
con los cueros de vino tinto, a los que cree gigantes, y el pleito con el dueño
de la bacía que la reclama airado; también don Quijote es presa de una pesada
broma de parte de Maritornes y la hija del ventero, consistente en dejarlo
amarrado y colgando de una mano en una de las murallas de la venta. Finalmente,
todos se ponen de acuerdo en el modo de controlar a don Quijote: lo amarran y
le hacen creer que ha sido encantado, y lo depositan en una jaula en la cual lo
trasladan nuevamente a su aldea. Por su parte, Sancho se da cuenta del embuste,
pero don Quijote no le hace caso, creyéndose hechizado. Después de algunas
peripecias retornan a su pueblo donde nuevamente el protagonista es atendido
por su sobrina y el ama. Hasta aquí llega la primera parte. Como epílogo, a
manera de los libros de caballerías, Cervantes simula una serie de epitafios en
honor de don Quijote y promete una tercera salida.
En todas las aventuras, amo y
escudero mantienen amenas conversaciones. Poco a poco, revelan sus
personalidades y fraguan una amistad basada en el respeto mutuo, aunque Sancho
claramente se da cuenta de la locura de su señor y se aprovecha de esto para
deformarle la realidad, generalmente para salir de aprietos en que él lo
coloca.
Cervantes dedicó esta parte a Alfonso
López de Zúñiga y Pérez de Guzmán, VI duque de Béjar.
Segunda parte
Portada de la
primera edición de laSegunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la
Mancha, Madrid, Juan de la Cuesta, 1615.
En el prólogo, Cervantes se defiende
irónicamente de las acusaciones del lopista Avellaneda y
se lamenta de la dificultad del arte de novelar: la fantasía se vuelve tan
insaciable como un perro hambriento. En la novela se juega con diversos planos
de la realidad al incluir, dentro de ella, la edición de la primera parte
del Quijote y, posteriormente, la de la apócrifa Segunda
parte, que los personajes han leído. Cervantes se defiende de las
inverosimilitudes que se han encontrado en la primera parte, como la misteriosa
reaparición del rucio de Sancho después de ser robado por Ginés de Pasamonte y
el destino de los dineros encontrados en una maleta de Sierra Morena, etc.
Así pues, en esta segunda entrega don
Quijote y Sancho son conscientes del éxito editorial de la primera parte de sus
aventuras y ya son célebres. De hecho, algunos de los personajes que aparecerán
en lo sucesivo han leído el libro y los reconocen. Es más, en un alarde de
clarividencia, tanto Cervantes como el propio don Quijote manifiestan que la
novela pasará a convertirse en un clásico de la literatura y que la figura del
hidalgo se verá a lo largo de los siglos como símbolo de La Mancha.
Cervantes, como narrador
homodiegético, esto es, que interviene a la par como narrador y personaje,
explica que había perdido los originales de la novela que como recurso
literario atribuye a un autor árabe (Cide Hamete Benengeli),
pero que consiguió recuperarla, de modo que puede seguir traduciéndola.
La obra empieza con el renovado
propósito de don Quijote de volver a las andadas y sus preparativos para ello,
no sin la fiera resistencia de su sobrina y el ama. El cura y el barbero tienen
que confesar la locura de don Quijote y urden, junto al bachiller Sansón
Carrasco, un nuevo plan que les permita recluir a don Quijote por un largo
tiempo en su aldea. Por su parte, don Quijote renueva los ofrecimientos a
Sancho prometiéndole la ansiada ínsula a cambio de su compañía. Sancho
reacciona obsesionándose con la idea de ser gobernador y cambiar de estatus
social, lo que provoca la burla de su esposa Teresa Panza. Con conocimiento de sus
convecinos don Quijote y Sancho inician su tercera salida.
Ambos se dirigen al Toboso con objeto
de visitar a Dulcinea, lo que pone en un duro aprieto a Sancho, temeroso de que
su mentira anterior salga a luz. En uno de los episodios más logrados de la novela
Sancho logra engañar a su señor haciéndole creer que Dulcinea ha sido encantada
y hace pasar a una tosca aldeana por la amada de don Quijote, quien la
contempla estupefacto. Nuevamente don Quijote atribuye la transformación a los
encantadores que le persiguen. El encantamiento de Dulcinea y la forma en que
don Quijote buscará revertirlo será uno de los motivos de esta segunda parte.
Apesadumbrado, don Quijote continúa su camino; pronto se topa con unos actores
que van en un carro a representar el acto Las Cortes de la Muerte,
quienes les toman el pelo y enfurecen a don Quijote. Una noche se encuentra con
un supuesto caballero andante que se autodenomina el Caballero de los Espejos
—quien es ni más ni menos que el bachiller Sansón Carrasco disfrazado— junto a
su escudero, un vecino llamado Tomé Cecial. El caballero de los Espejos presume
de haber derrotado a don Quijote en una batalla anterior, lo que provoca el
desafío de éste. El de los Espejos acepta e impone como condición de que si
vence don Quijote se retirará a su aldea. Se disponen a luchar, pero con tan
mala suerte para el bachiller que, en forma sorpresiva, don Quijote lo derrota
y lo obliga a reconocer su error; con tal de salvar la vida el bachiller acepta
la condición y se retira humillado, tramando venganza, venganza que se
manifestará casi al final de la novela. Esta inesperada victoria le sube el
ánimo a don Quijote, quien continúa su camino. Pronto encuentra a otro
caballero, el caballero del Verde Gabán, que lo acompañará algunas jornadas.
Viene a continuación una de las más excéntricas aventuras de don Quijote: la
aventura de los leones; don Quijote prueba su valor desafiando a un león macho
que es transportado a la corte del rey por un carretero; por fortuna el león no
hace caso de él y don Quijote se da por satisfecho; inclusive, para celebrar su
victoria, cambia su anterior apodo de "Caballero de la Triste Figura"
al del "Caballero de Los Leones". Don Diego de Miranda —el del Verde
Gabán— lo invita a su casa unos días, donde es probado en el grado de su locura
por su hijo, un estudiante y poeta alabado por don Quijote. Don Quijote se
despide y reemprende el camino, encontrando pronto a dos estudiantes que van en
dirección a las bodas de Camacho el Rico y de la hermosa Quiteria. En este episodio
don Quijote logra, atípicamente, resolver un verdadero entuerto, al tomar
partido por Basilio (el primer prometido de Quiteria, con quien se casa por
sorpresa) en defensa de su vida amenazada por Camacho y sus amigos; don Quijote
obtiene reconocimiento y gratitud de parte de los noveles esposos.
Placa en el número
7 de la calle
San Eugenio de Madrid, colocada en 1905. El texto dice: «En el
solar que ocupa esta casa estuvo en el siglo xviila imprenta de Juan de la Cuesta donde se hizo en 1615
la edición príncipe de la segunda parte delIngenioso Caballero D. Quijote de
la Mancha escrita por Miguel de Cervantes Saavedra. Conmemoración en
1905».
A continuación se suceden una serie
de episodios autoconclusivos: el primero es el descenso a la Cueva de Montesinos, donde el caballero se queda
dormido y sueña todo tipo de disparates que no llega a creerse Sancho Panza,
pues hacen referencia al supuesto encantamiento de Dulcinea. Este descenso es
una parodia de un episodio de la primera parte del Espejo de
Príncipes y Caballeros y de los descensos a los infiernos
de la épica, y que para Rodríguez Marín se constituye en el episodio central de
toda la segunda parte. Luego, llegan a una venta que don Quijote reconoce por
tal y no por castillo, para gusto de Sancho, lo que evidencia que el
protagonista empieza a ver las cosas tal como son y no como en la primera
parte, en que veía las cosas de acuerdo a su imaginación ("Aproximación
al Quijote", edit. Salvat 1970, pág 113, de Martín de Riquer).
A la venta llega un tal maese Pedro cuyo oficio es el de titiritero y tiene un
mono adivino; pero no es otro que Ginés de Pasamonte, quien de inmediato
reconoce a don Quijote y accede a dar una función de su retablo de marionetas;
en cierto momento don Quijote, presa de un súbito desvarío, ataca con su espada
el retablo haciéndolo pedazos, pero culpa a los encantadores de haberlo
confundido. La cabalgata continúa y don Quijote y Sancho se ven envueltos en la
aventura del rebuzno: intentan llamar a la concordia a dos pueblos que se
pelean a causa de una ancestral burla, pero la desubicación de Sancho los
obliga a huir bajo la amenaza de las ballestas y las armas de fuego. Pronto
llegan a orillas del río Ebro, donde tiene lugar la aventura del barco
encantado: don Quijote y Sancho se embarcan en una pequeña barca creyendo aquel
que el viaje está encantado, pero la navegación termina abruptamente y ambos se
zambullen en el río.
Desde el capítulo 30 al 57 don
Quijote y Sancho son acogidos en su castillo por unos acomodados duques que han
leído la primera parte de la novela y saben de qué humor cojean ambos. Por
primera vez don Quijote y Sancho entran en contacto con la alta nobleza
española y su séquito cortesano, todo semejante al ambiente de los libros de
caballerías. Los duques, por su parte, se esmeran en presentarles la realidad
del mismo modo, orquestando situaciones caballerescas en que don Quijote pueda
actuar como tal; en el fondo don Quijote y Sancho son considerados como dos
bufones cuya estadía en el castillo tiene por objeto entretener a los duques.
En forma sutil, pero despiadadamente, los castellanos organizan una serie de
farsas que ponen en ridículo a los dos protagonistas quienes, pese a todo,
confían hasta el final en sus anfitriones. Solo el capellán del castillo
rechaza de plano la opereta e increpa violentamente a don Quijote su falta de
cordura. Se suceden los siguientes episodios de chanza: la sorpresiva aparición
del mago Merlín, que declara que Dulcinea solo podrá
ser desencantada si Sancho se da tres mil azotes en sus posaderas; esto no le
parece nada bien al escudero y de ahí en adelante habrá una permanente tensión
entre amo y mozo por causa de esta penitencia. Enseguida, convencen a don
Quijote de que vaya volando en un caballo de madera llamado Clavileño a
rescatar a una princesa y a su padre del encantamiento que les ha echado un
gigante; don Quijote y Sancho caen con naturalidad en la burla. Una de las
farsas más memorables es la obtención y gobierno por Sancho de la ínsula
prometida: en efecto, Sancho se convierte en gobernador de una
"ínsula" llamada Barataria que le otorgan los duques interesados en
burlarse del escudero. Sancho, no obstante, demuestra tanto su inteligencia
como su carácter pacífico y sencillo en el gobierno de la dependencia. Así,
pronto renunciará a un puesto en el que se ve acosado por todo tipo de peligros
y por un médico, Pedro Recio de Tirteafuera, que no le deja probar bocado.
Mientras Sancho gobierna su ínsula, don Quijote sigue siendo objeto de burlas
en el castillo: un desenvuelta moza llamada Altisidora finge estar perdidamente
enamorada de él, poniendo en riesgo su casto amor por Dulcinea; cierta noche le
descuelgan en su ventana una bolsa de gatos que le arañan el rostro; en otra
ocasión, a requerimientos de una dama llamada doña Rodríguez —quien cree
neciamente que don Quijote es un auténtico caballero andante—, se ve obligado a
participar en un frustrado duelo con el ofensor de su hija. Finalmente, don
Quijote y Sancho se reencuentran (don Quijote encuentra a Sancho en lo profundo
de una sima en que ha caído de regreso de su fracasado gobierno).
Ambos se despiden de los duques y don
Quijote se encamina a Zaragoza a
participar en unas justas que allí van a celebrarse. Poco les sucede a
continuación; en cierto momento son embestidos por una manada de toros debido a
la temeridad de don Quijote. Y en una venta el manchego se entera por boca de
unos caballeros que ahí alojaban que ha sido publicado el Quijote de Avellaneda,
y cuyos detalles, ambientados en Zaragoza, lo indignan de sobremanera, pues lo
presentan como un loco de atar. Decide cambiar de rumbo y dirigirse a Barcelona. A partir de este momento,
según Martín de Riquer en
su obra Aproximación
al Quijote, la trama cambia sustancialmente: empiezan las
aventuras de verdad y en la cual el personaje pierde presencia, lo que anticipa
su final. Primero, se encuentran con una cuadrilla de bandoleros liderada porRoque
Guinart, un personaje rigurosamente histórico (Perot Rocaguinarda),
un aventurero de verdad. Si bien el bandolero los trata bien, son testigos de
hechos sangrientos (por ejemplo, Roque asesina a un bandolero a escasos metros
de Sancho). Tras varios días de participar a fondo de la vida clandestina de
sus anfitriones, Roque los deja en la playa de Barcelona. Don Quijote y Sancho
entran en una gran y cosmopolita ciudad y quedan maravillados por la actividad
que en ella se desarrolla. Se alojan en casa de don Antonio Moreno, quien les
muestra una supuesta cabeza de bronce encantada y que da respuestas ingeniosas
a las preguntas que se le hacen. Otro día el caballero y su escudero visitan
las galeras ancladas en el puerto y repentinamente se ven inmersos en un
combate naval contra un barco turco —que traía a una dama morisca huida de
Argel—, con amplio despliegue de hombres y artillería, muertos y heridos. Nadie
hace caso a las observaciones y propuestas de don Quijote y su locura ya no
divierte. Se llega finalmente, al momento más dramático de su carrera: su
vencimiento por el caballero de la Blanca Luna. Cierta mañana éste aparece en
la playa de Barcelona y desafía a don Quijote a un singular duelo por asuntos
de prevalencia de damas; la batalla —en presencia de las autoridades y el
público barcelonés— es rápida y el gran manchego cae en la arena derrotado.
Fue luego sobre él, y poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:
-Vencido sois, caballero, y aún muerto, si no confesáis las condiciones de
nuestro desafío.
Don Quijote, molido
y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz
debilitada y enferma, dijo: -Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del
mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi
flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida,
pues me has quitado la honra (cap 64 de la Segunda Parte)
El caballero de la Blanca Luna es en
realidad el bachiller Sansón Carrasco disfrazado
y le ha hecho prometer que regresará a su pueblo y no volverá a salir de él
como caballero andante en
el plazo de un año. Así lo hace don Quijote, tras varios días de permanecer
abatido en cama.
El regreso es triste y melancólico y
Sancho trata por varios medios de subirle el ánimo a su señor. Don Quijote
piensa, por un momento, en sustituir su obsesión caballeresca por la de
convertirse en un pastor como los de los libros pastoriles. Durante el regreso
amo y criado son atropellados por una gran piara de cerdos —la «cerdosa
aventura»—, y cuando pasan por el castillo de los duques son objeto de nuevas
burlas; más allá don Quijote y Sancho tienen una fuerte discusión por el asunto
de los azotes que debe darse el criado para desencantar a Dulcinea. En un
cierto lugar conocen a Álvaro Tarfe, personaje del Quijote de
Avellaneda, quien declara la falsedad del que conoció en Zaragoza. Llegan
finalmente a su aldea. Don Quijote enferma, pero retorna, al fin, a la cordura
y abomina con lúcidas razones de los disparates de los libros de caballerías,
aunque no del ideal caballeresco. Muere de pena entre la compasión y las
lágrimas de todos.
Mientras se narra la historia, se
entremezclan otras muchas que sirven para distraer la atención de la trama
principal. Tienen lugar divertidas y amenas conversaciones entre caballero y
escudero, en las que se percibe cómo don Quijote va perdiendo progresivamente
sus ideales, influido por Sancho Panza. Va transformándose también su
autodenominación, pasando de Caballero de la Triste Figura al Caballero de Los
Leones. Por el contrario, Sancho Panza va asimilando los ideales de su señor,
lo que se transforman en una idea fija: llegar a ser gobernador de una ínsula.
El 31 de octubre de 1615, Cervantes
dedicó esta parte a Pedro
Fernández de Castro y Andrade, VII conde de Lemos.
Interpretaciones del Quijote
Don Quijote
según Honoré Daumier(c.
1868).
El Quijote ha
sufrido, como cualquier obra clásica, todo tipo de interpretaciones y críticas.
Miguel de Cervantes proporcionó en 1615, por boca de Sancho, el primer informe
sobre la impresión de los lectores, entre los que «hay diferentes opiniones:
unos dicen: 'loco, pero gracioso'; otros, 'valiente, pero desgraciado'; otros,
'cortés, pero impertinente'» (capítulo II de la segunda parte). Pareceres
que ya contienen las dos tendencias interpretativas posteriores: la cómica y la
seria. Sin embargo, la novela fue recibida en su tiempo como un libro, en
palabras del propio Cervantes, "de entretenimiento", como regocijante
libro de burlas o como una divertidísima y fulminante parodiade los libros de caballerías.
Intención que, al fin y al cabo, quiso mostrar el autor en su prólogo y en el
párrafo final de la segunda parte, si bien no se le ocultaba que había tocado
en realidad un tema mucho más profundo que se salía de cualquier proporción.
Toda Europa leyó Don Quijote como
una sátira. Los ingleses, desde 1612 en la traducción
de Thomas Shelton.
Los franceses, desde 1614 gracias a la versión de César Oudin, aunque en 1608 ya se había
traducido el relato El curioso impertinente. Los italianos desde
1622, los alemanes desde 1648 y los holandeses desde 1657, en la primera
edición ilustrada. La comicidad de las situaciones prevalecía sobre la sensatez
de muchos parlamentos.
La interpretación dominante en el
siglo xviii fue la didáctica: el libro era una sátira de diversos
defectos de la sociedad y, sobre todo, pretendía corregir el gusto estragado
por los libros de caballerías. Junto a estas opiniones, estaban las que veían
en la obra un libro cómico de entretenimiento sin mayor trascendencia. La Ilustración se empeñó en realizar las
primeras ediciones críticas de la obra, la más sobresaliente de las cuales no
fue precisamente obra de españoles, sino de ingleses: la magnífica de John Bowle, que avergonzó a todos los
españoles que presumían de cervantistas, los cuales ningunearon como pudieron
esta cima de la ecdótica cervantina,
por más que se aprovecharon de ella a manos llenas. El idealismo neoclásico hizo a muchos señalar
numerosos defectos en la obra, en especial, atentados contra el buen gusto,
como hizoValentín de Foronda;
pero también contra la ortodoxia del buen estilo. El neoclásico Diego Clemencín destacó
de manera muy especial en esta faceta en el siglo xix.
Pronto empezaron a llegar las
lecturas profundas, graves y esotéricas. Una de las más interesantes y aún poco
estudiada es la que afirma, por ejemplo, que el Quijote es una
parodia de la Autobiografía escrita por San Ignacio de Loyola, que circulaba manuscrita y
que los jesuitas intentaron ocultar. Ese parecido no se le escapó, entre otros,
aMiguel de Unamuno,
quien no trató, sin embargo, de documentarlo. En 1675, el jesuita francés René
Rapin consideró que Don Quijote encerraba una invectiva contra
el poderoso duque de Lerma.
El acometimiento contra los molinos y las ovejas por parte del protagonista
sería, según esta lectura, una crítica a la medida del Duque de rebajar,
añadiendo cobre, el valor de la moneda de plata y de oro, que desde entonces se
conoció como moneda de molino y de vellón. Por extensión, sería una sátira de
la nación española. Esta lectura que hace de Cervantes desde un antipatriota
hasta un crítico del idealismo, del empeño
militar o del mero entusiasmo, resurgirá a finales del siglo xviii en los juicios de Voltaire, D'Alembert, Horace Walpole y el intrépido lord Byron. Para éste último, Don
Quijote había asestado con una sonrisa un golpe mortal a la caballería
en España. A esas alturas, por suerte, Henry Fielding, el padre de Tom Jones,
ya había convertido a don Quijote en un símbolo de la nobleza y en modelo
admirable de ironía narrativa y censura de costumbres sociales. La mejor
interpretación dieciochesca de Don Quijote la ofrece la
narrativa inglesa de aquel siglo, que es, al mismo tiempo, el de la
entronización de la obra como ejemplo de neoclasicismo estético, equilibrado y
natural. Algo tuvo que ver el valenciano Gregorio Mayans y Siscar que en 1738
escribió, a manera de prólogo a la traducción inglesa de ese año, la primera
gran biografía de Cervantes. Las ráfagas iniciales de lo que sería el huracán
romántico anunciaron con toda claridad que se acercaba una transformación del
gusto que iba a divorciar la realidad vulgar de los ideales y deseos. José Cadalso había escrito en sus Cartas
marruecas en 1789 que en Don Quijote «el sentido
literal es uno y el verdadero otro muy diferente».
El Romanticismo alemán trató de descifrar el
significado verdadero de la obra. Friedrich von
Schlegel asignó a Don Quijote el rango de precursora
culminación del arte romántico en su Diálogo sobre la poesía de
1800 (honor compartido con el Hamlet de Shakespeare).
Un par de años después, Friedrich W. J.
Schelling, en su Filosofía del arte, estableció los
términos de la más influyente interpretación moderna, basada en la
confrontación entre idealismo y realismo,
por la que don Quijote quedaba convertido en un luchador trágico contra la
realidad grosera y hostil en defensa de un ideal que sabía irrealizable. A
partir de ese momento, los románticos alemanes (Schelling, Jean Paul, Ludwig Tieck...) vieron en la obra la imagen
del heroísmo patético. El poeta Heinrich Heine contó en 1837, en el
lúcido prólogo a la traducción alemana de ese año, que había leído Don
Quijote con afligida seriedad en un rincón del jardín Palatino de
Dusseldorf, apartado en la avenida de los Suspiros, conmovido y melancólico.
Don Quijote pasó de hacer reír a conmover, de la épica burlesca a la novela más
triste. Los filósofos Hegel y Arthur Schopenhauer proyectaron
en los personajes cervantinos sus preocupaciones metafísicas.
El Romanticismo inició la
interpretación figurada o simbólica de la novela, y pasó a un segundo plano la
lectura satírica. «Que muelan a palos al caballero», ya no le hizo gracia al
poeta inglés Samuel Taylor
Coleridge. Don Quijote se le antojaba ser «una sustancial alegoría
viviente de la razón y el sentido moral», abocado al fracaso por falta de
sentido común. Algo parecido opinó en 1815 el ensayista William Hazlitt: «El pathos y la dignidad de
los sentimientos se hallan a menudo disfrazados por la jocosidad del tema, y
provocan la risa, cuando en realidad deben provocar las lágrimas». Este don Quijote
triste se prolonga hasta los albores del siglo xx. El poeta Rubén Darío lo invocó en su Letanía
de Nuestro Señor don Quijote con este verso: «Ora por nosotros, señor
de los tristes» y lo hace suicidarse en su cuento DQ, compuesto el
mismo año, personificando en él la derrota de 1898. No fue difícil que la
interpretación romántica acabara por identificar al personaje con su creador.
Las desgracias y sinsabores quijotescos se leían como metáforas de la
vapuleada vida de Cervantes y en la máscara de don Quijote se pretendía ver los
rasgos de su autor, ambos viejos y desencantados. El poeta y dramaturgo
francés Alfred de Vigny imaginó
a un Cervantes moribundo que declaraba in extremis haber
querido pintarse en su Caballero de la Triste Figura.
Homenaje al IV Centenario
delQuijote, frente a la casa natal de Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares.
Durante el siglo xix, el personaje cervantino se
convierte en un símbolo de la bondad, del sacrificio solidario y del
entusiasmo. Representa la figura del emprendedor que abre caminos nuevos. El
novelista ruso Iván Turgénev así
lo hará en su ensayo Hamlet y don Quijote (1860), en el que
confronta a los dos personajes como arquetipos humanos antagónicos: el
extravertido y arrojado frente al ensimismado y reflexivo. Este don Quijote
encarna toda una moral que, más que altruista, es plenamente cristiana.
Antes de que W. H. Auden eleve al hidalgo a los
altares de la santidad, Dostoyevski ya
lo había comparado con Jesucristo, para afirmar que «de todas las figuras de
hombres buenos en la literatura cristiana, sin duda, la más perfecta es don
Quijote».17 También el príncipe Mishkin
de El idiota está fraguado en el molde cervantino con un metal
que procede del Cristo bíblico. Menos evangélicos,Gógol, Pushkin y Tolstói vieron en él un héroe de la
bondad extrema y un espejo de la maldad del mundo.
Ilustración de don
Quijote de 1848.
El siglo romántico no sólo estableció
la interpretación grave de Don Quijote, sino que lo empujó al
ámbito de la ideología política. La idea de Herder de
que en el arte se manifiesta el espíritu de un pueblo (el Volksgeist)
se propagó por toda Europa y se encuentra en autores como Thomas Carlyle e Hippolyte Taine, para quienes Don
Quijote reflejaba los rasgos de la nación en que se engendró. Pero
¿cuáles eran esos rasgos? Para los románticos conservadores, la renuncia al
progreso y la defensa de un tiempo y unos valores sublimes aunque caducos, los
de la caballería medieval y los de la España imperial de Felipe II. Para
los liberales, la lucha contra la intransigencia de esa España sombría y sin
futuro. Estas lecturas políticas siguieron vigentes durante decenios, hasta que
el régimen surgido de la Guerra Civil en
España privilegió la primera, imbuyendo la historia de nacionalismo tradicionalista.
El siglo xx recuperó la interpretación jocosa como la más
ajustada a la de los primeros lectores, pero no dejó de ahondarse en la
interpretación simbólica. Crecieron las lecturas esotéricas y disparatadas y
muchos creadores formularon su propio acercamiento, desde Kafka y Jorge Luis Borges hasta Milan Kundera. Thomas Mann, por ejemplo, inventó en su Viaje
con don Quijote (1934) a un caballero sin ideales, hosco y un tanto
siniestro alimentado por su propia celebridad, y Vladimir Nabokov, con lentes anacrónicos,
pretendió poner los puntos sobre las íes en un célebre y polémico curso.
Quizá, el principal problema consista
en que el Quijote no es uno, sino dos libros difíciles de
reducir a una unidad de sentido. El loco de 1605, con su celada de cartón y sus
patochadas, causa más risa que suspiros, pero el sensato anciano de 1615,
perplejo ante los engaños que todos urden en su contra, exige al lector
trascender el significado de sus palabras y aventuras mucho más allá de la
comicidad primaria de palos y chocarrerías. Abundan las interpretaciones
panegiristas y filosóficas en el siglo xix.
Las interpretaciones esotéricas se iniciaron en dicho siglo con las obras de Nicolás Díaz de
Benjumea La estafeta de Urganda (1861), El
correo del Alquife (1866) o El mensaje de Merlín (1875).
Benjumea encabeza una larga serie de lecturas impresionistas de Don
Quijote enteramente desenfocadas; identifica al protagonista con el
propio Cervantes haciéndole todo un librepensador republicano. Siguieron a
éste Benigno
Pallol, más conocido como Polinous, Teodomiro
Ibáñez, Feliciano
Ortego, Adolfo Saldías y Baldomero
Villegas. A partir de 1925 las tendencias dominantes de la crítica
literaria se agrupan en diversas ramas:
2. Crítica
existencialista (Américo Castro, Stephen Gilman, Durán, Luis Rosales).
3. Narratología o socio-antropología
(Redondo, Joly, Moner, Cesare
Segre).
4. Estilística y aproximaciones afines (Helmut Hatzfeld, Leo Spitzer, Casalduero, Rosenblat).
5. Investigación de
las fuentes del pensamiento cervantino, sobre todo en su aspecto «disidente» (Marcel Bataillon, Vilanova, Márquez
Villanueva, Forcione, Maravall, José Barros Campos).
6. Los contradictores
de Américo Castro desde
puntos de vista diversos, al impulso modernizante que manifiesta El
pensamiento de Cervantes de Castro (Erich Auerbach, Alexander A. Parker, Otis H. Green,Martín de Riquer,
Russell, Close).
7. Tradiciones
críticas antiguas renovadas: la investigación de la actitud de Cervantes ante
la tradición caballeresca (Murillo, Williamson, Daniel Eisenberg); el estudio de los «errores»
del Quijote (Stagg, Flores) o de su lengua (Amado Alonso, Rosenblat); la biografía de
Cervantes (McKendrick, Jean Canavaggio).
El realismo en Don Quijote
Molinos de viento
en Campo de Criptana (La Mancha, España).
La primera parte supone un avance
considerable en el arte de narrar. Constituye una ficción de segundo grado, es
decir, el personaje influye en los hechos. Lo habitual en los libros de
caballerías hasta entonces era que la acción importaba más que los personajes.
Éstos eran traídos y llevados a antojo, dependiendo de la trama (ficciones de
primer grado). Los hechos, sin embargo, se presentan poco entrelazados entre
sí. Están encajados en una estructura poco homogénea, abigarrada y variada,
típicamente manierista, en la que pueden reconocerse entremeses apenas
adaptados, novelas ejemplares insertadas, discursos, poemas, etc.
La segunda parte es más barroca que
manierista. Representa un avance narrativo mucho mayor de Cervantes en cuanto a
la estructura novelística: los hechos se presentan amalgamados más
estrechamente y se trata ya de una ficción de tercer grado. Por primera vez en
una novela europea, el personaje transforma los hechos y al mismo tiempo es transformado
por ellos. Los personajes evolucionan con la acción y no son los mismos al
empezar que al acabar.
Como primera novela verdaderamente
realista, al regresar don Quijote a su pueblo, asume la idea de que no solo no
es un héroe, sino que no hay héroes. Esta idea desesperanzada e intolerable,
similar a lo que sería el nihilismo para otro
cervantista, Dostoyevski,
matará al personaje que era, al principio y al final, Alonso Quijano, conocido
por el sobrenombre de El Bueno.
Temática
Primera lámina a
toda página de la edición de Joaquín Ibarra de 1780 para
la RAE. Se trata de una representación del
hidalgo manchego creada y dibujada por José del Castillo y
grabada por Manuel Salvador
Carmona.
La riqueza temática de la obra es tal
que, en sí misma, resulta inagotable. Supone una reescritura, recreación o
cosmovisión especular del mundo en su época. No obstante, pueden dibujarse
algunas directrices principales que pueden servir de guía a su lector.
El tema de la obra gira en torno a si
es posible encontrar un ideal en lo real. Este tema principal está
estrechamente ligado con un concepto ético, el de la libertad en la vida humana, como ha
estudiado Luis Rosales;
Cervantes estuvo preso en Argel tratando de escapar varias veces y luchó por la
libertad de Europa frente al Imperio Otomano. ¿A qué debe atenerse el hombre
sobre la realidad? ¿Qué idea puede hacerse de ella mediante el ejercicio de la
libertad? ¿Podemos cambiar el mundo o el mundo nos cambia a nosotros? ¿Qué es
lo más cuerdo o lo menos loco? ¿Es moral intentar cambiar el mundo? ¿Son
posibles los héroes? De esta temática principal, estrechamente ligada al tema
erasmiano de la locura y al tan barroco de la apariencia y la realidad,
derivan otros secundarios:
1. El ideal literario:
el tema de la crítica literaria es constante a lo largo de toda la obra de
Cervantes. Se encuentran en la obra críticas a los libros de caballerías,
lasnovelas pastoriles18 la nueva fórmula teatral creada
por Félix Lope de Vega.
2. El ideal de amor:
La pareja principal (don Quijote y Dulcinea) no llega a darse, es por eso que
aparecen diferentes historias de amor (mayormente entre parejas jóvenes),
algunas desgraciadas por concepciones de vida rigurosamente ligadas a la
libertad (Marcela y Grisóstomo) o por una inseguridad patológica (novela
inserta del curioso impertinente) y aquellas que se concretan felizmente (Basilio
y Quiteria en las «Bodas de Camacho»). También aparece el tema de los celos,
muy importante en Cervantes.
3. El ideal político:
aparece el tema de la utopía en fragmentos
como el gobierno de Sancho en la ínsula Barataria, las ensoñaciones quiméricas
de don Quijote en la cueva de Montesinos y otros.
4. El ideal de
justicia: como en las aventuras de Andresillo, los galeotes, etc.
Originalidad
En cuanto a obra literaria, puede
decirse que es la obra maestra de la literatura de humor de
todos los tiempos. Además es la primera novela
moderna y la primera novela polifónica,
y ejercerá un influjo abrumador en toda la narrativa europea posterior.
En primer lugar, aportó la fórmula
del realismo, tal
como había sido ensayada y perfeccionada en la literatura castellana desde la
Edad Media (Cantar de Mio Cid, Conde Lucanor, Celestina y
continuaciones, Lazarillo, Guzmán de Alfarache...).
Caracterizada por la parodia y burla de lo fantástico, la crítica social (muy
velada y muy profunda), la insistencia en los valores psicológicos y el
materialismo descriptivo.
En segundo lugar, creó la novela
polifónica, esto es, la novela que interpreta la realidad, no según un solo
punto de vista, sino desde varios que se superponen al mismo tiempo, creando
una visión de la misma tan rica y confusa que puede tenerse por ella misma.
Cervantes no renuncia nunca a añadir niveles de interpretación y difumina la
imagen del narrador interponiendo varios (Cide Hamete, el traducotr, los
indefinidos "Anales de La Mancha, etc.) y recurre al tópico del manuscrito
encontrado a fin de que la historia aparezca autónoma en sí misma y sin
"literariedad", suspendiendo la incredulidad del lector. Torna la
realidad en algo sumamente complejo que no solo intenta reproducir, sino que en
su ambición pretende incluso sustituir. La novela moderna, según la concibe el Quijote,
es una mezcla de todo que no renuncia a nada. Tal como afirma el propio autor
por boca del cura, es una «escritura desatada»: géneros épicos, líricos,
trágicos, cómicos, prosa, verso, diálogo, discursos, chistes, fábulas,
filosofía, leyendas... y la parodia de todos
estos géneros por medio del humor y la metaficción.
La voraz novela moderna que
representa el Quijote intenta sustituir la realidad, incluso,
físicamente: alarga más de lo acostumbrado la narración y transforma, de esa
manera, a la obra en un cosmos.
Técnicas narrativas
En la época de Cervantes, la épica se
podía escribir también en prosa. Las técnicas narrativas que ensaya Cervantes
en su arquitectura (y que esconde cuidadosamente para hacer parecer a la obra
más natural) son varias:
·
La recapitulación o
resumen periódico cada cierto tiempo de los acontecimientos, a fin de que el
lector no se pierda en una narración tan larga.
·
El contraste entre
lo idealizado y lo real, que se da a todos los niveles. Por ejemplo, en el
estilo, que a veces aparece pertrechado con todos los elementos de la retórica
y otras veces aparece rigurosamente ceñido a la imitación del lenguaje popular.
Hay un contraste
entre los personajes. En el diálogo los personajes se escuchan y comprenden,
don Quijote se sanchificay Sancho Panza se quijotiza.
·
También está el contraste entre los
personajes, a los que Cervantes gusta de colocar en parejas, a fin de que cada
uno le ayude a construir otro diferente mediante eldiálogo. Un diálogo en el que los personajes
se escuchan y se comprenden, ayudándoles a cambiar su personalidad y
perspectiva: don Quijote se sanchifica y Sancho sequijotiza.
Si el señor se obsesiona con ser caballero andante, Sancho se obsesiona con ser
gobernador de una ínsula. Tan desengañados llegan a estar el uno como el otro.
A la inversa, don Quijote va siendo cada vez más consciente de lo teatral y
fingido de su actitud. Por ejemplo, a raíz de su ensoñación en la cueva de
Montesinos, Sancho se burlará de él el resto del camino. Esta mezcla y
superposición de perspectivas se denomina perspectivismo.
·
El humor es constante en la obra. Es un
humor muy característico, provisto de una fina ironía que respeta la dignidad humana de
los personajes, y que saca chispas del contraste entre lo idealizado y lo
vulgar.
·
Una primera forma de contrapunto narrativo:
una estructura compositiva en forma de tapiz, en la que las historias se van
sucediendo unas a otras, entrelazándose y retomándose continuamente.
·
La suspensión, esto es, la creación de enigmas que «tiran» de la
narración y del interés del lector hasta su resolución lógica, cuando ya se le
ha formulado otro enigma para continuar más allá.
·
La parodia lingüística y literaria de
géneros, lenguajes y roles sociales como fórmula para mezclar los puntos de
vista hasta ofrecer la misma visión confusa que suministra la interpretación de
lo real.
·
La oralidad del lenguaje cervantino,
vestigio de la profunda obsesión teatral de Cervantes, y cuya viveza aproxima
extraordinariamente al lector a los personajes y al realismo facilitando su
identificación y complicidad con los mismos: en la novela según Cervantes
el diálogo es un elemento esencial y ocupa
un lugar más importante que en toda ficción anterior.
·
El perspectivismo, que
ya se ha señalado, hace que cada hecho sea descrito por cada personaje en
función de una cosmovisión distinta, y con arreglo a ello la realidad se torna
súbitamente compleja y rica en sugestiones.
·
Relacionado con lo anterior está la hábil simulación de imprecisiones
(algo señalado por Jorge Luis Borges) en los nombres de los
personajes y en los detalles poco importantes, a fin de que el lector pueda
crearse su propia imagen en algunos aspectos de la obra y sentirse a sus anchas
en la misma, suspendiendo su sentido crítico. Esta calculada ambigüedad, relacionada también con la
fina ironía cervantina, hace que la ficción se
parezca más o usurpe a la misma realidad, de la que tantas cosas inesperadas
podemos esperar.
·
Utiliza juegos metaficcionales a fin de difuminar y
hacer desaparecer la figura del autor del texto por medio de continuos
intermediarios narrativos (Cide Hamete Benengeli),
los supuestos Anales de la Mancha, etc.) que hacen, así, menos literaria y
más realista la obra desproveyéndola de su carácter perfecto y acabado.
Trascendencia: el cervantismo
Estatua en Madrid
de Sancho Panza por Lorenzo Coullaut
Valera, 1930.
Aunque el influjo de la obra de
Cervantes es obvio en los procedimientos y técnicas que ensayó toda la novela
posterior, en algunas obras europeas del siglo xviii y xix es
perceptible todavía más esa semejanza. Se ha llegado, incluso, a decir que toda
novela posterior reescribe el Quijote o lo contiene
implícitamente. Así, por ejemplo, uno de los lectores de Don Quijote,
el novelista policíaco Jim Thompson,
afirmó que hay unas cuantas estructuras novelísticas, pero solo un tema: «las
cosas no son lo que parecen». Ese es un tema exclusivamente cervantino.
En España, por el contrario,
Cervantes no alcanzó a tener seguidores dignos de su nombre, fuera de María de Zayas en el siglo xvii y José Francisco de
Isla en el xviii.
El género narrativo se había sumido en una gran decadencia a causa de su
contaminación con elementos moralizadores ajenos y la competencia que le hizo,
como entretenimiento, el teatrobarroco.
Solamente renacerá Cervantes como
modelo novelístico en España con la llegada del realismo. Benito Pérez Galdós,
gran conocedor de Don Quijote, del que se sabía capítulos enteros,
será un ejemplo de ello con su abundante producción literaria. Paralelamente,
la novela suscitó gran número de traducciones y estudios, suscitando una rama
entera de los estudios de Filología Hispánica, el cervantismo nacional e internacional.
Continuaciones de Don Quijote
Además del Segundo Tomo de Alonso
Fernández de Avellaneda, existen varias continuaciones
del Quijote. Las primeras fueron tres obras
francesas: las dos partes de la Historia del admirable don Quijote de la Mancha,
escritas por Francois Filleau de
Saint-Martin y Robert Challe, y la anónima Continuación nueva y verdadera de la historia y las
aventuras del incomparable don Quijote de la Mancha.
Del siglo xviii datan dos de las
continuaciones españolas de la obra, que pretenden relatar lo sucedido después
de la muerte de Don Quijote, como las Adiciones a la historia del ingenioso hidalgo don Quijote
de la Mancha, de Jacinto
María Delgado, y la Historia
del más famoso escudero Sancho Panza, en dos partes (1793 y
1798), de Pedro
Gatell y Carnicer.
En 1886 se publicó en La Habana la obra del gallego Luis Otero y Pimentel Semblanzas caballerescas o las nuevas aventuras de don
Quijote de la Mancha, cuya acción transcurre en Cuba a fines del
siglo xix. En el xx aparecieron varias
continuaciones más, entre ellas una muy divertida, La nueva salida del valeroso caballero D. Quijote de la
Mancha: tercera parte de la obra de Cervantes, de Alonso
Ledesma Hernández(Barcelona, 1905) y El pastor Quijótiz de José Camón Aznar (Madrid, 1969). Al morir don Quijote (2004),
la más reciente novela que continúa la historia, es obra del español Andrés Trapiello.
Hay también continuaciones hispanoamericanas, entre ellas Capítulos
que se le olvidaron a Cervantes, de Juan Montalvo y Don Quijote en América o sea la cuarta salida del
ingenioso Hidalgo de La Mancha, de don Tulio Febres Cordero,
libro editado en 1905 (edición conmemorativa 2005, ULA).
El lugar de La Mancha
Don Quijote y
Sancho Panza deUlpiano Checa.
Bronce con patina marrón. 59 x 40 x 28 cm.
Las primeras palabras de la
novela Don Quijote de la Mancha son:
En un lugar de la
Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un
hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo
corredor.
Pero en realidad esas primeras
palabras son «Desocupado lector»: es la interpelación con que comienza el
«Prólogo...», antes de los poemas preliminares. En 2004, un equipo
multidisciplinario de académicos de la Universidad
Complutense de Madrid, desobedeciendo la propia indicación
cervantina (expresa en varios lugares) de dejarse en el tintero el nombre del
ficticio «lugar» de Alonso Quijano, hicieron una investigación para deducir el
sitio exacto de La Mancha. Utilizaron no más que las distancias a varios
pueblos y lugares, descritas por Cervantes en su novela, que tomaron la forma
de días y noches viajadas en caballo por don Quijote. Suponiendo que el lugar
está en la comarca de Campo de
Montiel, y que la velocidad de Rocinante/Rucio está comprendida
entre los 30 y 35 km por jornada, llegaron a la conclusión que la
población de origen de don Quijote era Villanueva
de los Infantes.19 20 Sin embargo... Villanueva de los
Infantes era una villa, no
un lugar (la denominación topográfica que se
encuentra entrealdea y villa), así que bien podría
ser Miguel Esteban o
cualquier otro lugar próximo a El Toboso o, más exactamente, ninguno o
todos ellos, porque se trata de un lugar ficticio e investigadores modernos (Sabino
de Diego, en concreto) han terminado por encontrar referencias
documentales muy sólidas de los personajes importantes delQuijote en
la familia de la mujer de Cervantes, Catalina de Salazar, en Esquivias (Toledo), Diego Romero (2015) donde estuvo
residiendo largas temporadas.c
Don Quijote alrededor del mundo
Hispanoamérica
Francisco
Rodríguez Marín descubrió que la mayor parte de la primera
edición de Don Quijote había ido a parar a las Indias. En unas
fiestas con motivo de haber sido nombrado virrey del Perú el marqués de
Montesclaros, se aludió a la obra maestra de Cervantes. En los envíos de libros
a Buenos Aires durante los siglos xvii y xviii figuran quijotes y otras
obras de Cervantes. En la novela La Quijotita y su prima del
mexicano José
Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) es evidente el influjo
cervantino. El ensayista ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889) compuso una
continuación de la obra con el ingenioso título de Capítulos
que se le olvidaron a Cervantes, y el cubano Luis Otero y Pimentel escribió
otra con el título Semblanzas caballerescas o las nuevas aventuras de don
Quijote de la Mancha, cuya acción se desenvuelve en una Cuba
identificada por el protagonista con el nombre de Ínsula Encantada.
Otro ensayista canónico, José Enrique Rodó,
leyó en clave quijotesca el descubrimiento, conquista y colonización de
América, y Simón Bolívar, que
un día dio la orden burlesca de fusilar a don Quijote para que ningún peruano
le imitase nunca, cercana ya la hora de su muerte hubo de pronunciar, con más
de un desengaño a sus espaldas, estas asombrosas palabras: «Los tres
grandísimos majaderos hemos sido Jesucristo, don Quijote y yo». No es extraño,
pues, que Rafael Obligado,
en su poema El alma de don Quijote, identifique a Bolívar y San
Martín con El Caballero de la Triste Figura. También, desde los Andes
venezolanos, el escritor merideño Tulio Febres Cordero escribió Don
Quijote en América: o sea la cuarta salida del ingenioso hidalgo de La Mancha publicada
en la misma ciudad, en la Tip. El Lápiz, en 1905 (reeditada recientemente con
motivo de los 100 años de su publicación).
Uno de los más importantes
cervantistas hispanoamericanos fue el chileno José
Echeverría y Rubén Darío ofreció una versión decadente
del mito en su cuento DQ, ambientado en los últimos días del
imperio colonial español, así como en las Letanías a Nuestro Señor Don
Quijote, incluidas en sus Cantos de vida y esperanza (1905).
El costarricense Carlos Gagini escribió
un breve relato denominado «Don Quijote se va», y el cubano Enrique José Varona la
conferencia titulada «Cervantes». El poeta argentino Evaristo Carriego escribió
el extenso poema Por el alma de Don Quijote, que participa en la
extendida santificación del personaje quijotesco. Por otra parte, los
igualmente argentinos Alberto Gerchunoff (1884-1950)
y Manuel Mújica Láinez (1910-1984)
son habituales cultivadores de lo que se ha venido a llamar glosa cervantina.
Se ha observado el influjo cervantino en el Martín Fierro de José Hernández y
en otra obra maestra de la literatura gauchesca, Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes.
El historiador y jurista colombiano Ignacio
Rodríguez Guerrero, publicó en Pasto su libro Los tipos
delincuentes del Quijote, una investigación que presenta los diversos tipos
de delincuentes y terroristas perseguidos
por las leyes de su tiempo.21 Es perceptible el influjo
cervantino en la gran novela histórica de Enrique Larreta La gloria de Don
Ramiro, y Jorge Luis Borges posee
una relación tan compleja con la ficción como la de Cervantes, pues no en vano
leyó la obra desde niño y la glosó en ensayos y poemas, así como se inspiró en
ella para elaborar el cuento «Pierre
Menard, autor del Quijote» incluido en su antología Ficciones.
En efecto, Cervantes está presente en
las grandes obras del boom hispanoamericano, empezando por las
obras Alejo Carpentier Los
Pasos Perdidos y la imitación barroca en Cien años de soledad,
de Gabriel García
Márquez, que es la segunda obra escrita en castellano más traducida
de todos los tiempos.
Reino Unido
La inglesa fue la primera traducción
que se hizo en Europa de la primera parte de Don Quijote, merced
a Thomas Shelton (en
1612), quien más tarde haría también la segunda; aunque su traducción tiene
errores, posee una gran vivacidad. Más exacta sería, sin embargo, la de Charles Jarvis en 1742, pero a costa de
la gran inspiración de su predecesor. También al Cervantismo inglés se le deben
dos de las primeras contribuciones críticas al establecimiento del texto
de Don Quijote en su lengua original durante el siglo xviii: la edición de 1738, lujosísima y
bellamente ilustrada por demás, cuyo texto corrió a cargo de Pedro Pineda, y la de John Bowle en 1781. La huella de la obra
de Cervantes fue casi tan profunda en Inglaterra como en España. Ya incluso en
el teatro del siglo xvii: Francis Beaumont y John Fletcher representaron en 1611 un
drama heroico-burlesco titulado El caballero de la mano de almirez
llameante inspirado en la primera parte, y se tradujo en fecha tan
temprana como 1612 por Thomas Shelton; poco después,Shakespeare y
el mismo Fletcher escribieron en 1613 otra obra sobre la «Historia de Cardenio»
recogida en Don Quijote, Cardenio, que se ha perdido. El Hudibras de Samuel Butler está
inspirado también en Don Quijote como reacción contra el puritanismo. En 1687 se hace una nueva
traducción, la del sobrino de John Milton, John Philipps, que alcanzó una
enorme difusión, aunque le siguieron las traducciones dieciochescas de Anthony
Motteux (1700), Jarvis (1724) y Smollet (1755).
Hay huellas de Don Quijote en
el Robinson Crusoe de Daniel Defoe y en los Viajes de
Gulliver (1726) de Jonathan Swift y, más aún, en las obras
de Henry Fielding:
éste escribió Don Quixote in England (1734) y uno de los
personajes de su novela Joseph Andrews, escrita, según el autor, «a
la manera de Cervantes», es Abraham Adams, «párroco quijotesco del siglo xviii», en quien empieza una especie de
santificación del héroe cervantino. El novelista Tobías Smollet notó la impronta de la
novela que había traducido en sus novelas Sir Launcelot Greaves y Humphry
Clinker. Laurence Sterne fue
un genial discípulo de Cervantes en suTristram Shandy. Charlotte Lennox publica en 1752 su Mujer
Quijote y Jane Austen experimenta
su influjo en su muy célebre La abadía de Northanger, ya de 1818.
El creador de la novela histórica romántica,
el escocés Walter Scott, se
veía a sí mismo como una especie de Don Quijote. Byron cree ver en su Don Juan la
causa de la decadencia de España en Don Quijote, pues a su ver este
libro había hecho desaparecer en este país las virtudes caballerescas. Wordsworth, en el libro V de su Preludio (1850),
sintetiza en su ermitaño un nuevo don Quijote y otro poeta lakista, Samuel Taylor
Coleridge, asumiendo ideas de los románticos alemanes, viene a
considerar a don Quijote la personificación de dos tendencias contrapuestas, el
alma y el sentido común, la poesía y la prosa.
Por último, los maestros del ensayo
romántico inglés, Charles Lamb y William Hazlitt dedicaron páginas
críticas aún frescas a esta obra clásica de la literatura universal. Ya en
el realismo del
periodo victoriano,Charles Dickens,
por ejemplo, imitó la novela en Los documentos póstumos del club
Pickwick (1836-1837), en donde Mr. Pickwick representa a don Quijote y
su inseparable Sam Weller a Sancho Panza; su cervantismo llegó hasta hacer del
personaje de Fagin en su Oliver Twist una especie de
Monipodio; su competidor William
Makepeace Thackeray, imitó la novela en su The newcomers,
así como George Gissing,
que en su obra Los documentos privados de Henry Ryecroft hace
a su protagonista pedir leer en su lecho de muerte el Don Quijote.
A finales de siglo surgen tres nuevas traducciones, la de Duffield (1881), la
de Ormsby (1885) y la de Watt (1888). James Fitzmaurice-Kelly colaborará
después con Ormsby en la primera edición crítica del texto español (Londres,
1898-1899) y son ya lo que podemos llamar miembros de lo que se ha venido a
llamar cervantismo internacional.
El «quijotismo» inglés se prolonga
durante el siglo xx. Gilbert Keith Chesterton recuerda a
Cervantes al final de su poema «Lepanto» y en su novela póstuma El
retorno de don Quijote convierte en Alonso Quijano al bibliotecario
Michael Herne. Graham Greene asume
la tradición cervantina de Fielding en su Monseñor Quijote a
través del protagonista, párroco de El Toboso, que cree descender del héroe
cervantino. W. H. Auden considera,
por otra parte, a la pareja Quijote-Sancho la más grande de las parejas entre
espíritu y naturaleza, cuya relación consiste en lo que llama projimidad cristiana.
Estados Unidos
Entre los primeros lectores
estadounidenses de la novela se encuentra el padre fundador Thomas Jefferson, humanista y erudito además
de político y tercer Presidente de
la Nación.Don Quijote era una de sus lecturas preferidas y poseía
un ejemplar en español de la edición de la Real Academia Española de 1781, que
se conserva actualmente en la Biblioteca
del Congreso de EE. UU.
Se ha apreciado el influjo de la
inmortal novela cervantina en el Moby Dick de Herman Melville. Es más, Mark Twain era un admirador de Don
Quijote y acoge aspectos de la novela en su Huckleberry Finn; William Faulkner declaró releer la obra
de Cervantes cada año y afirman su huella también autores como Saul Bellow, cuya primera y más aplaudida
obra,Las aventuras de Augie March (1935) le debe bastante; Thornton Wilder, en Mi destino,
(1934); y John Kennedy Toole,
en La conjura de los
necios. Como crítico, Vladimir Nabokovno llegó, sin embargo, a
entender la obra y, por otra parte, es patente, aunque apenas estudiado, el
influjo de Cervantes en autores más recientes como Jim Thompson, William Saroyan o Paul Auster. Una reciente traducción en un
inglés menos arcaico, la de Grossmann, ha vuelto a popularizar la obra en los
EE. UU., que, es verdad, nunca había decaído a causa de adaptaciones como
el musical El hombre de La
Mancha. El importante crítico Harold Bloom ha dedicado páginas y libros
de literatura comparada a la obra.
Alemania y Benelux
En los Países Bajos, la tierra de los molinos, se
leyó mucho Don Quijote como una obra satírica sobre la España
que se había enfrentado con la potencia protestante, rival en los mares. Pieter
Arentz Langedijk, importante autor de la primera mitad del
siglo xviii, escribió una
comedia que todavía continúa representándose en la actualidad, Don
Quijote en las bodas de Camacho (1699). La hispanista Barber van de Pol ha traducido la obra
nuevamente al neerlandés en 1997 con gran éxito.
En Alemania el influjo de Don
Quijote fue tardío y menor que el de autores como Baltasar Gracián o
la novela picaresca durante
los siglos xvii y xviii, en los que el influjo delracionalismo francés predominó. La
primera traducción parcial (que contiene 22 capítulos) aparece en Fráncfort, en
1648, bajo el título de Don Kichote de la Mantzscha, Das ist: Juncker
Harnisch auß Fleckenland/ Aus Hispanischer Spraach in hochteutsche ubersetzt;
el traductor era Pahsch Basteln von der Sohle. Bertuch publica una traducción
en 1775, pero ya en 1764 había publicado a imitación de Cervantes Christoph Martin
Wieland su Don Sylvio von
Rosalva, que viene a constituir el modelo de la novela alemana
moderna (Der Sieg der Natur über die Schwärmerei oder die Abenteuer des Don
Sylvio von Rosalva, Ulm 1764). Herder, Schiller y Goethe se
harán eco de la gran novela cervantina y de las obras dePedro Calderón
de la Barca. El Romanticismo, en efecto, supone la
aclimatación del cervantismo, el calderonismo y el gracianismo en Alemania: ven
la luz las traducciones hoy clásicas de Ludwig Tieck y de Soltau. Se ocupan de
toda la obra de Cervantes, y no solo del Don Quijote, los
hermanos August Wilhelm y Friedrich von
Schlegel, el ya citado poeta Tieck y el filósofo Schelling.
Esta nómina de cervantistas se completa con Verónica
Veit, Gotthold Ephraim
Lessing, Juan Pablo Richter y
Bouterwek en lo que constituye la primera generación de cervantistas románticos
alemanes. Después seguirán los filósofos Solger, Hegel y Schopenhauer,
así como los poetas Joseph von
Eichendorff y E. T. A. Hoffmann.
La visión general de los cervantistas
románticos alemanes, pergeñada ya por August Wilhelm
von Schlegel, consiste en percibir en el caballero una
personificación de las fuerzas que luchan en el hombre, del eterno conflicto
entre el idealismo y prosaísmo, entre imaginación y realidad, entre verso y
prosa. En ese sentido apunta también el prólogo de Heinrich Heine a la edición francesa
de Don Quijote; no debemos olvidar, por otra parte, su siniestro
augurio de que los pueblos que queman libros terminarán por quemar hombres,
contenido en su pieza dramática Almansor. Para este autor,
constituyen el triunvirato poético de la modernidad Cervantes, Shakespeare y
Goethe. Fue citada por Arthur Schopenhauer como
una de las cuatro mejores novelas jamás escritas, junto con Tristram
Shandy, La Nouvelle Heloïse, y Wilhelm Meister.22 . Por otra parte, Franz Grillparzer suscribe el juicio
de lord Byron sobre la decadencia española
y Richard Wagner admira
en el libro la resurrección del espíritu heroico medieval. Richard Strauss renueva el tema con
el poema sinfónico Don
Quijote. Variaciones fantásticas sobre un tema caballeresco(1897). Ya en el
siglo xx, Franz Kafka compone su apólogo La verdad sobre Sancho Panza y,
en mayo de 1934, el novelista Thomas Mann elige como compañero de viaje
a Estados Unidos la traducción de Tieck del Don Quijote,
experiencia que quedará recogida en su ensayo A bordo con Don Quijote,
en la que el autor esboza una defensa de los valores de la cultura europea
amenazada por un fascismo en auge.
Por último, el teólogo suizo Hans Urs von
Balthasar, en unas memorables páginas de su obra Gloria,
(1985-1989), ve en la comicidad de Don Quijote la comicidad y
el ridículo cristiano: «Acometer a cada paso, modestamente, lo imposible». En
ese sentido se decanta también el ilustre hispanista y cervantista Friedrich
Schürr, en su conferencia de 1951 Don Quijote como expresión
del alma occidental («Der Don Quijoteals Ausdruck der
abendländischen Seele»).
Rusia
Fiódor Dostoyevski.
Retrato por Vasili Perov, 1872.
Unamuno afirmó que los países que mejor
habían comprendido Don Quijote fueron Inglaterra y Rusia.
Es cierto que en el país eslavo gozó de un gran prestigio, difusión e
influencia literaria, pero también lo es que en sus autores más eminentes,
como Fiódor Dostoyevski o Lev Tolstói, el verdadero don Quijote es el
del último capítulo, Alonso Quijano, el Bueno.
Como cuenta Vsévolod Bagno en El Quijote
vivido por los rusos (Madrid: CSIC — Diputación de Ciudad Real, 1995),
ya Pedro I había
leído la obra, como se deduce por una anécdota incluida en Relatos de
Nartov sobre Pedro el Grande:
El zar, partiendo
hacia Dunkerque, al ver un montón de molinos se rió y dijo a Pavel Yaguzinski:
«Si estuviera aquí don Quijote, tendría mucho trabajo.
A mediados de siglo la apertura del
país a Occidente permitió un conocimiento mayor y menos selectivo de la obra de
Cervantes. El científico y escritor Miguel o Mijaíl Lomonósovposeía
un ejemplar del Quijote de la traducción alemana de
1734. Vasili Trediakovski en
su Diálogo entre un extranjero y un ruso sobre la ortografía vieja y
nueva recomienda que los diálogos sean tan naturales como los que
sostenían el caballero andante Don Quijote y su escudero Sancho Panza, «a pesar
de sus extraordinarias aventuras», y no encuentra en la literatura rusa nada
semejante. Sumarókov distinguió
en su artículo «Sobre la lectura de novelas» (1759) el Don Quijote de
toda la avalancha de novelas de aventuras que cayó sobre Rusia, valorándola
como una excelente sátira. Aleksandr Radíshchev,
en una de las obras maestras de la literatura rusa del dieciocho, Viaje
de San Petersburgo a Moscú(1790), compara uno de los acontecimientos del
camino con la batalla entre el héroe y el rebaño de ovejas. En otras obras
suyas aparece más patente esta huella. Vasili
Liovshín hizo caminar a un caballero con un sanchopancesco
amigo en Las horas vespertinas, o los cuentos antiguos de los eslavos
drevlianos (1787). A fines del xviii hay
un quijote que pasa de una tontería (así se dice) a otra también en una novela
anónima, Anísimich. Un nuevo Don Quijote; el fin habitual de estas
obras era «poner en claro las mezquinas pasiones de la hidalguía rural».
El fabulista Iván Krylov compara en una carta de
su Correo de los espíritus al protagonista de la
tragedia Rozlav de Kniazhnin con
el Caballero de la Triste Figura; en otros pasajes queda claro que lo tenía por
una antihéroe, aunque con grandes ideales. Iván
Dmítriev compuso la primera obra inspirada en el personaje, su
apólogo Don Quijote, donde el quijotismo es interpretado como una
extravagancia. Nada menos que la zarina Catalina II encargó
una selección de los refranes de Sancho y compuso un Cuento sobre el
tristemente famoso paladín Kosometovich para ridiculizar el quijotismo
de su enemigo Gustavo III de
Suecia; es más, se representó una ópera cómica inspirada en este cuento, Tristemente
famoso paladín Kosometovich (1789), con música del compositor
español Vicente Martín y Soler,
que vivió en San Petersburgo durante los años de su mayor fama. En ella la
huella de la iconografía cervantina es patente.
En el xviii y xix los
intelectuales rusos leían Don Quijote preferiblemente en
francés, o incluso en español, y anteponían las traducciones extranjeras a las
versiones en ruso, hechas sobre esas mismas traducciones y no de forma directa
desde el original; el libro era tan común que se podía encontrar al menos uno en
cada pueblo, según el citado Dmítriev. En ello no tenía poco que ver el desdén
general por la lengua rusa, hasta que Pushkin le dio un verdadero rango
literario.
En la segunda mitad del siglo xviii aparecieron en ruso dos
versiones incompletas y traducidas del francés; la primera es de 1769, desde la
traducción francesa de Filleau de
Saint-Martin, y fue realizada por Ignati
Antónovich Teils, profesor de alemán en una escuela militar para
cadetes de la nobleza; aunque se le considera mujeriego en la
aventura de la venta con Maritornes, del un ojo tuerta y del otro no muy sana,
y habla de sus «fecundas tonterías», alcanza a veces a ser adecuada. La
siguiente fue a partir de la adaptación francesa de 1746 y fue realizada
por Nikolái
Ósipov en 1791; es una versión además enriquecida con escenas
que Cervantes no escribió jamás y se trata en general de una adaptación muy
chabacana. En cada biblioteca rusa era uno de esos libros imprescindibles, ya
en francés, ya en la traducción desde el francés hecha por el prerromántico
Zhukovski. Por entonces se entendía al protagonista como un personaje
caricaturesco, pero pronto asomó la interpretación germánica romántica.
M. N.
Muriátov se identifica a sí mismo con Don Quijote como
consecuencia de sus desilusiones y sus razonamientos sobre la separación de la
realidad y los ideales, y lo muestra en sus cartas a su hermana F. N. Lunina;
la interpretación dieciochesca no es, pues, la única. También existe un
interpretación sentimental en La respuesta a Turguénev (1812)
de Konstantín Bátiushkov,
uno de los más importantes poetas rusos y precursor de Aleksandr Pushkin, donde don Quijote «pasa el
tiempo soñando / vive con las quimeras, / charla con los fantasmas / y con la
luna meditabunda». En esta interpretación sentimental Nikolái Karamzín es
quien sufre una impresión más profunda, que aparece ya en una carta de 1793
dirigida a Iván
Dmítriev, en el poema A un pobre poeta (1796) y,
sobre todo, en El caballero de nuestro tiempo (1803); el
protagonista se compara a don Quijote porque su inclinación a la lectura e
impresionabilidad natural le ejercitaron el «quijotismo de la imaginación» y
los peligros y la amistad heroica se convierten en sus ensueños predilectos:
Vosotros,
indolentes flemáticos, que no vivís, sino que dormís y lloráis de ganas de
bostezar, sin duda nunca soñasteis así en vuestra infancia. Y vosotros tampoco,
egoístas juiciosos, que no os encariñáis con los hombres, sino que os agarráis
a ellos por prudencia mientras esta relación sea útil para vosotros, y, sin
duda, apartáis la mano si los hombres se convierten en un obstáculo.
Iván Turguénev afirmó
en 1860 que en ruso no existía buena traducción del Quijote, y es
de lamentar que no cumpliera su reiterada promesa de traducirlo completamente,
que se impuso ya en 1853 y que todavía en 1877 seguía empeñado en cumplir; el
dramaturgo Aleksandr Ostrovski había
traducido ya los Entremeses y quería traducir algunos
capítulos de la obra; el caso es que Turgenev ignoró deliberadamente la
traducción de Vasili Zhukovski,
el maestro de Pushkin, que empezó en 1803 y que publicó en seis volúmenes entre
1804 y 1806. Se debía a que no respondía a la noción de traducción que sostenía
Turguénev; pero la obra de Zhukovski fue capital para el desarrollo de la prosa
rusa en el xix, puesto que
fue realizada por un gran escritor, de nivel comparable al de Ludwig von Tieck, Jean-Pierre
Claris de Florian o Tobías Smollet. Ofrece una interpretación
psicológico-filosófica de la obra, en la que el protagonista es sin duda el
Caballero de la Triste Figura. Como no sabía español, utilizó la versión francesa
de Florian, que es bastante buena, pues el sobrino de Voltaire conocía bien la
lengua y había estado en España y tratado con los ilustrados españoles, pero
conoció también, aunque no la utilizó, la versión alemana de Tieck (1799), que
ofrecía ya la interpretación romántica del personaje. Sin embargo se valió del
documentado prólogo de Florian para encauzar su traducción, pues era hombre más
prestigioso que el entonces advenedizo Tieck. Para empezar, omite capítulos
enteros y abrevia los pasajes largos, los episodios naturalistas que no
respondían al gusto de la época y las historias intercaladas que desviaban la
atención; de su cosecha aporta un acento folclórico del que carecía la versión
francesa y reemplaza la paremiología sachopancesca, que vierte literalmente
Florian, por proverbios rusos equivalentes, y para comprender el mérito de su
traducción en estos detalles basta con compararla con la de Ósipov. En general,
la traducción de Zhukovski evita los episodios en que se minimiza al héroe y
acentúa los elementos poéticos. La retraducción de Zhukovski tuvo una segunda
edición en 1815, sin cambios significativos fuera de la puntuación, que es
mejor que en la primera, la ortografía y la limpieza de erratas. Esta versión
entusiasmó a Pushkin y fue imitada descaradamente por la de S. Chaplette,
también sobre la de Florian (San Petersburgo, 1831); por entonces ya se dejaba
sentir cierta preferencia por la traducción alemana de Tieck, más precisa, y se
empezaba a sentir como inevitable una versión directa desde el español, que
llegó en la época del Realismo,
cuando se editaron las traducciones de K. P. Masalski (1838) y la de V. A.
Karelin (1866); pero la vulgarización del mito en el Romanticismo vino
principalmente a través de la versión de Zhukovski.
Una de las
múltiples ilustraciones que realizó el artista Gustave Dorépara el Quijote.
Cervantes está presente en Aleksandr Pushkin, Gógol, Turguénev, Dostoyevski, Leskov, Bulgákov y Nabókov, por citar solamente a algunos de los
grandes.
Aleksandr Pushkin tenía en su biblioteca
un Quijote en español editado en París, 1835, y aprendió la
lengua en 1831 y 1832 para leerlo en el original; se conservan además
traducciones inversas de La Gitanilla desde su versión
francesa al castellano para comparar el resultado con el original cervantino;
animó además a Gógol a emprender una obra narrativa de gran aliento a la manera
de Cervantes, y éste compuso Almas muertas. Turgenev en su
conferencia Hamlet y Don Quijote compara al reflexivo e
irresoluto Hamlet con el irreflexivo y arrojado Don Quijote, y encuentra la
nobleza en ambos personajes. Pero el influjo en Fiódor Dostoyevski fue
más hondo; comenta la obra muchas veces en su epistolario y en su Diario
de un escritor (1876), donde se refiere a ella como una pieza esencial
en la literatura universal y como perteneciente «al conjunto de los libros que
gratifican a la humanidad una vez cada cien años»; finalmente escribe:
En todo el mundo no
hay obra de ficción más profunda y fuerte que ésa. Hasta ahora representa la
suprema y máxima expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que
pueda formular el hombre y, si se acabase el mundo y alguien preguntase a los
hombres: «Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión
definitiva habéis deducido de ella?», podrían los hombres mostrar en silencio
el Quijote y decir luego: «Ésta es mi conclusión sobre la vida
y... ¿podríais condenarme por ella?»
Desde el punto de vista del escritor
ruso, la novela es una conclusión sobre la vida. Su primera mención de la obra
aparece en una carta de 1847, pero es en 1860 cuando llega a obsesionar
verdaderamente al escritor; la imitó en El idiota, cuyo
protagonista, el príncipe Mishkin, es tan idealista como el héroe manchego,
pero, despojado de ridículo heroísmo, es en realidad el personaje final de la
obra, Alonso Quijano, el bueno, y un imitador de Jesucristo; su monólogo «A la
salud del sol» está claramente inspirado en el discurso sobre la Edad de Oro. Dostoyevski escribió en su Diario
de un escritor que «ya no se escriben libros como aquél. Veréis en Don
Quijote, en cada página, revelados los más arcanos secretos del alma humana».
Por otra parte, en 1877, el capítulo del Diario de un escritor «La
mentira se salva con la mentira» imita deliberadamente el estilo cervantino,
hasta el punto de que un episodio imaginado por Dostoyevski pasó como genuino
de Cervantes durante mucho tiempo.
La novela de Nikolái Leskov Tres hombres de Dios es
una curiosa precursora del Monseñor Quijote de Graham Greene; su protagonista, el prior
Saweli Tuberosov, es un idealista que alcanzada ya la cincuentena se plantea
decir la verdad, y lucha con las crudas y puras circunstancias contrarias de su
entorno en compañía de un Sancho, el diácono Ajila, y de un Sansón Carrasco,
Tuganov; en su inflexibilidad se hace incomprensible y a menudo ridículo ante
los demás, y al fin es desprovisto de la palabra, le prohíben pronunciar más
sermones e, imposibilitado para cumplir su destino al igual que el héroe
cervantino, muere de pena. Pero el influjo de Cervantes se extiende incluso al
tipo de hérore que presenta Leskóv en casi todas sus novelas, y particularmente
en Una familia en decadencia, protagonizada por un reconocible,
delgado y pobre terrateniente llamado Dormidont Rogozin, al que acompaña su
inseparable escudero Zinka, en compañía del cual recorre los contornos
«barruntando agravios». También acusan claramente la influencia delDon
Quijote sus novelas El pensador solitario y Los
ingenieros desinteresados.
Aunque para Lev Tolstói la novela cervantina no tuvo
tanta importancia como para Turguénev, Dostoyevski o Leskov, lo cierto es que
es perceptible y visible su huella; en ¿Qué es el arte? declara
como su novela predilecta el Don Quijote por su «contenido
interior», por su «buen arte vital del mundo»; en los borradores de esta obra
queda clara su intención: es una obra que expresa los más nobles sentimientos
para todas las épocas, comprensibles a todos; en algunas de sus obras asume la
herencia cervantina; principalmente en su novela Resurrección,
donde se plantea quién está loco, el mundo o el héroe, y donde Katerina Máslova
es una Aldonza que, al ser pretendida por el príncipe que la deshonró empezando
su carrera de prostituta, no quiere ser la Dulcinea del héroe, en lo que hay
ecos del poeta simbolista Sogolub, del que hablaremos en breve; también hay
ecos de los encantamientos y del episodio de los galeotes.
Los poetas del Simbolismo ruso, sobre todo Fiódor Sologub, experimentan la seducción por
el mito de Dulcinea. Éste escribió al respecto un ensayo, El ensueño de
Don Quijote, en el que afirma que al rechazar a Aldonza y aceptarla como
Dulcinea, Don Quijote está realizando la pretensión final de toda poesía
lírica, una hazaña más lírica que caballeresca, convertir la realidad en arte,
en algo que se pueda soportar. La actitud quijotesca es un sinónimo de «noción
lírica de la realidad». Esta idea de hazaña lírica se reitera en otras
obras suyas, como Los demonios y los poetas y el prólogo a la
pieza La victoria de la muerte, o en la obra Los rehenes de
la vida. Tras aparecer la figura del loco alucinado en su novela El
trasgo, el tema de Dulcinea reaparece en sus versos entre 1922 y 1924,
dedicados a su mujer, Anastasiya Nikoláyevna Chebotarévskaya, que se
suicidó en 1921. Desde Sogolub el mito de Dulcinea pasa a otros poetas
simbolistas, como Ígor
Severianin o Aleksandr Blok; este último lo profundiza y
transforma de una manera muy original en Versos a una hermosa dama.
Tras la Revolución, Mijaíl Bulgákov,
uno de los escritores no tanto perseguidos como soportados por Stalin, como el mismo Borís Pasternak,
y por ello con bastante suerte, ya que no era un escritor soviético, pudo
subsistir al permitírsele ser ayudante de director de escena teatral y poder
alimentarse mediante el alumbramiento de continuas traducciones, comoAnna Ajmátova y Borís Pasternak;
insufló la filosofía quijotesca de la lucha a pesar de la conciencia plena de
la derrota, emparentable con el quijotismo de Unamuno, en su obra maestra, la
novela El maestro y
Margarita; en los años de apogeo de la represión estalinista, en
1937, escribe en una carta que sigue componiendo teatro a pesar de que no será
nunca escenificado ni publicado por mero quijotismo y hace voto de no volverlo
a hacer, pero... vuelve a hacerlo, estudiando con tanta pasión la obra del «rey
de los escritores españoles» que algunas de sus cartas a su tercera mujer,
Elena, están escritas parcialmente en español y que, según él mismo reconoce,
«asaltaba el Quijote». Su modesto quijote no desentona del entorno,
es una persona normal que batalla como todas; solamente al final se contempla
ser héroe al morir, cuando el propio autor ya también estaba moribundo:
¡Ah, Sancho!, el
daño causado por su acero es insignificante. Tampoco me desfiguró el alma con
sus golpes. Pero me da miedo pensar que me curó el alma y, al curarla, le
retiró sin cambiarme por otro. ¡Me quitó la dádiva más preciosa de cuantas está
dotado el hombre, me quitó la libertad! Sancho, el mundo está lleno de mal,
pero lo peor de todo es el cautiverio! ¡Él me encadenó, Sancho! Mira: el sol
está cortado por la mitad, la tierra sube y sube y lo devora. ¡La tierra se
aproxima al cautivo!. ¡Me absorberá, Sancho!
Anatol
Lunacharski (1875-1933), hombre de letras y político ruso,
primer comisario de educación y cultura tras la Revolución de Octubre (1917),
protector de Meyerhold yStanislavski, escribió algunos dramas
históricos, y entre ellos un Don Quijote liberado (1923); en
fin, entre todos estos cervantistas, parece la excepción Vladímir Nabókov, que en suCurso sobre El
Quijote demuestra una gran incomprensión de la obra, cuya grandeza
reduce solamente a la del personaje principal.
Europa oriental
Adam Mickiewicz por Walenty Wańkowicz.
La primera traducción al búlgaro se
hizo desde una traducción rusa y en fecha tan tardía como 1882, a los cuatro
años escasos de reaparecer Bulgaria en el mapa de Europa. Su principal
estudioso fue Efrem Karamfilov. Pero es en la poesía búlgara del siglo xx donde aparece más la figura del
caballero como símbolo del luchador infatigable, paladín de la bondad, el
valor, la fe y la justicia: Konstantin Velíchkov, Jristo Fótev, Asén
Ratzsvétnikov, Damián Damiánov, Nicolai Ráinov, Parván Stéfanov, Blaga
Dimitrova y Pétar Vélchev.
La primera traducción completa al
checo fue obra de J. B. Pichl (1866, primera parte) y de K. Stefan (1868,
segunda parte), aunque ya en 1620 el cardenal Dietrichstein la había leído en
español, pues se había educado en la Península ibérica. Se leyó mucho en
Bohemia y fue muy popular en el siglo xviii,
pero más en versiones italianas y francesas que en otras lenguas. Ya en el
siglo xx, Milan Kundera afirma, como Octavio Paz, que el humor no es algo innato en
el hombre, sino una conquista de los tiempos modernos gracias a Cervantes y su
invento, la novela moderna.
La primera traducción de Don
Quijote al polaco es de los años 1781-1786 y se debe al conde Franciszek
Podoski, a partir de una versión francesa. Para los ilustrados
polacos era una obra fundamentalmente cómica y de lectura no solo agradable,
sino también útil por su crítica a las perniciosas para la sensatez novelas de
caballerías. Esa es la interpretación del obispo Ignacy Krasicki y del duque Czartoryski,
quien sin embargo percibe ya la complejidad de la obra en sus Reflexiones
sobre la literatura polaca, 1801. En los años cuarenta del siglo xix, el polígrafo Edward
Dembowski ahonda en la trágica interpretación alemana de Don
Quijote como símbolo de la lucha del ideal contra la dura realidad del mundo
circundante. La figura del caballero se encuentra en la obra de los grandes
poetas románticos polacos, Adam Mickiewicz, Juliusz Słowacki y Cyprian Kamil Norwid,
así como en la obra maestra del novelista del Realismo Bolesław Prus, La muñeca. Ya en el
siglo xx, hay que destacar
el Don Quijote de Bolesław Leśmian,
que representa la tragedia de la pérdida de la fe, Juicio sobre Don
Quijote de Antoni Słonimski,
donde se adapta el episodio del gobierno de Sancho en la ínsula Barataria para
satirizar los totalitarismos, Don Quijote y las niñeras, de Maria
Kuncewiczowa, crónica de un viaje a España en busca de Don Quijote,
y En la belleza ajena, de Adam Zagajewski, con don Quijote en la
biblioteca.
Entre 1881 y 1890 se publicaron 61
capítulos en rumano del Quijote,
a cargo de Stefan Vîrgolici. La primera traducción completa al rumano la
realizaron en 1965 Ion Frunzetti y Edgar Papu. En 2005 el Instituto Cervantes de
Bucarest promovió una nueva traducción que corrió a cargo del hispanista
rumano Sorin
Marculescu.
Francia
Gustave Flaubert visto porGiraud.
En Francia Don Quijote no ejerció un influjo
tan extenso como en Inglaterra o Rusia, aunque su impronta fue también generosa
en grandes obras y autores del siglo xix y
muchas naciones conocieron la obra a través de traducciones francesas o
retraducciones a partir del texto en esta lengua. La primera traducción es
apenas posterior en un año a la inglesa de Shelton, en 1614, por César Oudin. En 1618 se traduce la segunda
parte por François de Rosset y
a partir de 1639 ambas partes marcharán juntas. Es la primera traducción al
francés, a la que seguirán varias decenas más, entre las que destacan las
de Filleau de
Saint-Martin (1677-1678) y la del caballero Jean-Pierre
Claris de Florian (1777), un hispanista formado en su infancia
en España y sobrino de Voltaire, que será muy divulgada por Europa.
La traducción de Filleau de Saint-Martin se
publicó con el título de Historia del admirable don Quijote de la Mancha y
con el añadido de una continuación escrita por el propio traductor, para lo
cual alteró el final de la obra original y mantuvo a don Quijote con vida y con
capacidad de lanzarse a nuevas aventuras. A su vez, esta continuación fue
prolongada por otro escritor francés de cierto renombre, Robert Challe. No termina ahí la serie de
continuaciones: un autor desconocido alargó la obra de Cervantes con otra parte
suplementaria titulada Continuación nueva y verdadera de la historia y las
aventuras del incomparable don Quijote de la Mancha.
Simonde de
Sismondi pone la primera piedra de la interpretación romántica
del héroe. Louis Viardot traduce
la obra muy fielmente entre 1836 y 1837. Chateaubriand se
ve a sí mismo como un Cervantes y un Quijote, y en su Itinerario de
París hasta Jerusalén (1811) ensalza al Caballero de la Triste Figura,
que ocupa también su lugar en El genio del Cristianismo como
el más noble, el más valiente, el más amable y el menos loco de los mortales.
Hay bastante de Cervantes en ese militar frustrado romántico que fue Alfred de Vigny. Los viajeros Prosper Merimée y Théophile Gautier llenan
sus diarios de viaje de alusiones cervantinas. Para el crítico Sainte-Beuve, Don Quijote es
un libro que empieza por constituirse en una sátira de los libros de
caballerías y termina por hacerse espejo de la vida humana. Victor Hugo, que pasó algunos de sus años
infantiles en España como hijo del general Hugo, considera a Cervantes el poeta
del contraste entre lo sublime y lo cómico, lo ideal y lo grotesco, y apercibe
el influjo de La gitanilla en su novela Nuestra Señora
de París. Henri Beyle, más conocido como Stendhal, que tenía diez años cuando
leyó Don Quijote por primera vez, escribió que «el
descubrimiento de ese libro fue quizá la más grande época de mi vida».
Honoré de Balzac representó
casi más a Don Quijote en su vida que en sus escritos y Gustave Flaubert asumió este espíritu en
sus dos novelas Bouvard y Pecuchet, póstuma e inacabada, cuyos dos
personajes principales enloquecen leyendo libros que no pueden asimilar, y
su Madame Bovary, cuya protagonista es en realidad una quijotesca
dama que pierde la sensatez leyendo noveluchas sentimentales, como José Ortega y Gasset ya
apreció («es un Quijote con faldas y un mínimo de tragedia sobre su alma»). Gustave Doré ilustró con grabados una
edición de Don Quijote en 1863. Personajes quijotescos son,
por otra parte, el Tartarín de Tarascón de Alphonse Daudet y el Cyrano de
Bergerac de Edmond Rostand.
En 1932, Maurice Ravel y Jacques Ibert compusieron canciones según
los poemas de Paul Morand titulados Don
Quijote á Dulcinea. En Les oiseaux de la lune o Los
pájaros de la luna (1956), de Marcel Aymé, el inspector de un colegio
adquiere el poder de transformar a los pelmazos en aves de tanto leer novelas,
lo que parece ser una parodia cómica de la locura de Don Quijote de la
Mancha y de los magos que transforman sus desilusiones.
La escritora Monique Wittig, por otra parte, en su
novela Le voyage sans fin (1985) reelabora el Quijote de
Cervantes sustituyendo a caballero y escudero por dos mujeres. En 1968 Jacques Brel compuso y grabó un disco de
música, L'Homme
de la Mancha. Y para cerrar una lista que podría prolongarse
demasiado, mencionaremos solo a Léon Bloy, Tailhade, Henri Bergson, Maurice Barrès, Alfred Morel-Fatio, Paul Hazard,André Maurois y André Malraux.
Mundo islámico
La presencia de referencias al
personaje de Cervantes —llamado Dūn Kījūtī o Dūn
Kīshūt— en el imaginario árabe contemporáneo, y sobre todo en su
literatura, es muy habitual. Esto suele señalarse como paradójico, dado que las
primeras traducciones del Quijote al árabe se publicaron en
fecha tan tardía como los años cincuenta y sesenta del siglo xx.
La primera obra extensa en lengua
árabe sobre Cervantes la publicaron en 1947,
con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento, los hispanistas libaneses Nayib Abu Malham y Musa Abbud en Tetuán, la capital del entonces Marruecos
español: Cervantes, príncipe de las letras españolas.
Se trata de un ensayo de más de
cuatrocientas páginas que suscitó tanto interés, en círculos literarios e
intelectuales, que la sección árabe de la Unesco encargó a los dos hispanistas la
traducción del Quijote. Dicha traducción se inició, pero por
razones desconocidas no llegó a publicarse. Entre 1951 y 1966 se hizo otra
traducción enMarruecos que también permaneció inédita
(se conserva el manuscrito), realizada por el ulema Tuhami
Wazzani, quien publicó algunos capítulos en el periódico que
dirigía, Rif.
La obra de Abu Malham y Abbud sirvió
para acrecentar el interés de los intelectuales árabes por la obra cervantina,
a la que accedieron a través de sus ediciones en otras lenguas, hasta que
en 1956 se publicó enEl Cairo la traducción de la Primera
parte del Quijote. Hubo que esperar, sin embargo, hasta 1965 para
ver publicada la obra completa, en una nueva traducción, esta vez del
hispanista Abd al-Rahman Badawi,
quien contextualizaba la novela en un intenso estudio preliminar. Cinco años
antes se había publicado en la capital egipcia una versión infantil del Quijote que
siguió reimprimiéndose durante décadas, lo que da una idea de la difusión que
alcanzaron rápidamente las aventuras del hidalgo. La traducción de Badawi ha
sido la traducción clásica, la más leída, al menos hasta la
aparición en 2002 de dos nuevas traducciones, una
nuevamente egipcia, a cargo del hispanista Sulayman
al-Attar, y otra del sirio Rifaat Atfe.
Antes de las traducciones, sin
embargo, la novela había sido objeto de diversos estudios críticos, aparte del
ya citado de Abu Malham y Abbud, lo que contribuyó a despertar el interés
literario por la figura de don Quijote. Ésta está plenamente integrada en el
imaginario árabe: muchos ven en el quijotismo un símbolo del devenir contemporáneo
de los pueblos árabes, cargado de idealismo y retórica pero impotente ante la
fuerza aplastante de la realidad. Referencias a Don Quijote aparecen
con frecuencia en la obra de escritores como Nizar Qabbani, Naguib
Surur, Yusuf
al-Jal, Mahmud Darwish, Assia
Djebbar, Badr
Shakir al-Sayyab, Gamal
al-Guitani y otros muchos.
FUENTE:
https://es.wikipedia.org/wiki/Don_Quijote_de_la_Mancha
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